Sostengo una y otra vez mi planteamiento sobre la otakuzidad. Por una parte porque me gusta inventar palabras y utilizarlas tanto como me sea posible hasta que parezcan tener sentido, pero por otro lado en verdad me parece que es un matiz real que ha tomado una subcultura como esta.
Intento referirme a las variantes que he notado con respecto a las acciones y percepciones en torno al término otaku. Es divertido ver cómo le dan diferentes sentidos las personas en diferentes regiones. Según nuestros compadres del viejo continente el otaku es un friki pero más clavado en cosas frikis. Algo así como lo que es un nerd o un ñoño para Homero Simpson (ergo, los gringos).
Si bien es cierto que el término otaku en Nippon es más una acusación que un reconocimiento en general nadie por allá se autodenomina orgullosamente otaku, con la clara excepción de Kona-chan Sensei, pero eso es un caso aparte.
El reto que desde un principio ha marcado la distancia, cultural, económica y geográfica entre LA y JP generó un movimiento con un matiz (a mi gusto) interesante. Si bien es cierto que el otaku de clóset es el más común, en realidad ese esfuerzo solamente es un estigma autoinfligido. Es decir, conocemos muchas historias de “fanáticos del anime” que no lo admiten abiertamente, pero no los cubras con el velo del anonimato de la red porque entonces sueltan al otaku que llevan dentro. Pero el disfraz del anonimato se diluye cuando los ves felices posando para la foto en cada evento cosplay al que asisten y plagan su facebook con esas fotos. En fin, el punto es que desde donde lo veo yo, o sea, en el anonimato que solo mi lap me permite, la subcultura de los otakus latinoamericanos son un movimiento (aunque inconsciente) orientado a generar un choque cultural entre el lejano oriente (Nippon) y LA (Latino América).
Pues bien, en el tenor de contribuir un poquito más para lograr ese encuentro colosal entre culturas que al colisionar quién sabe que pase y quién sabe qué resulte, me parece que no está de más recomendar una lectura bastante interesante. Si queremos conocer a los elfos, lo mejor es leer el Silmarilion, uno de mis libros favoritos y que más veces he leído, si queremos entender a los Irlandeses siempre podemos recurrir a biografías o novelas de San Patricio, mi preferida es la Leyenda Celta de Juilene Osborne-McKnight y si pretendemos entender o por lo menos conocer mejor a nuestros casi hermanos del archipiélago volcánico más tecnologizado del momento, meca de la otakuzidad y “playground” de Gojira y Ultraman, me parece que un buen lugar para comenzar es el Kojiki, crónicas de antiguos hechos de Japón.
En definitiva no es una historia sencilla de digerir, mucho menos con las diferentes interpretaciones según el traductor y los millones de notas de pie de página, pero en verdad resulta una lectura que es un portal que nos transporta por el camino del entendimiento para conocer mejor a los hijos de Amateratsu y toda su progenie.
Aunque la primera vez que tomé este libro lo hice porque prometía darle sentido al por qué del uso de los palitos para comer, he de confesar que sigo sin encontrar tan maravillosa explicación, sin embargo he podido sentir que entiendo un poco más muchas de las alegorías e imágenes utilizadas con mucha frecuencia en mis animes preferidos.